«Pagará el trueno»

Es la indiferencia en el amar y en el olvido, es el dejarse llevar. Nos dijeron que eso somo nosotros: niños que se creen adultos, centrados en sí mismos, protegidos por una bola de cristal. Pero el cristal es frágil y muerde cuando se rompe, muerde con dientes de furia y confusión, muerde haciendo sangre, penetrando pequeñas dagas a través de las heridas hasta el corazón, dejándonos tan fríos como Kai.

Es el temor a que tiren la primera piedra y no paren -el temor a que la vuelvan a lanzar. Nos dijeron que podríamos ser todo lo que quisiéramos, que tenemos todo lo que queremos a nuestro alcance -un click, el ruido de un cajero, los autobuses en la calle en su odisea urbana de siempre-llegar-a-casa, ciclo que se repite, ouróboros infinitito -ad infinitum. Pero que eso mismo nos hace débiles, que lo que ellos consiguieron lo estropeamos con nuestras canciones y nuestro orgullo. Ellos no eran así como somos nosotros, cada vez es más fácil, más fácil, más fácil

Que lo que hay en la mente es un mundo inventado. Que mentimos, mentimos mucho, demasiado. Que nuestras luchas son meros bullicios que los molestan a ellos -¿no vemos que intentan trabajar? Seguir con sus vidas, tranquilas, pacíficas. ¿Es que nunca aprenderemos?

Que no vivimos en la realidad, no estamos en lo que estamos, estamos ciego, estamos sordos, bebemos demasiado, nos drogamos.

Y a la vez es cierto. Y a la vez no.

Es la desesperación en el amar y en el olvido, comprender que el mundo es tan complejo que nunca lo entenderemos. Estar seguros de la diversidad de sueños y las personas que nunca fueron las mismas, no a los mismos ojos, no a los mismos cristales. Es el mar impetuoso -nunca más cerca, pero por ello duele más lo que está lejos. Es el cielo tormentoso -nunca tan a punto de tocar el cielo, pero no si eres alguien mundano. Es el fuego que quebranta los huesos -nuestros huesos débiles de haber sido reemplazados por cables y conexiones, sueños de mente, sueños de ir a un cuerpo que no es este.

Todo es cierto y a la vez no. ¿Qué es un absoluto en la mente de Dios, un dios? ¿Qué es eso que aparece en la mente de un Dios? ¿La medida de todas las cosas es el humano o es que no sabemos medir más allá de nosotros mismos? La herencia genética y el talento inherente a cada uno, siempre oculto y siempre denegado.

Nos dijeron muchas palabras, me han dicho de todo. Pero ya no me acuerdo. No soy tonta, aunque podría decirse -¿qué es eso de ser tonta? ¿Qué es no serlo?-, simplemente estoy cansada de escuchar, de los remiendos, del dolor y de los gritos. Estoy cansada y no quiero escuchar, no quiero escuchar porque nunca escuchan ellos.

Es la desesperación, sí, de la incomunicación entre todos. Pequeños microcosmos encerrados en nosotros mismos, aire pesado de por medio. Pequeños microcosmos como caleidoscopios rotos, la arena de sus figuras multicolor cayendo con el tiempo, relojes que desaparecen en el infinito.

Es el amor, sí, pero sin saber distinguirlo. Una flor que quiere desaparecer y ser hierba, ser fruto, condenada a ser hermosa y servir su belleza a la contemplación, hasta que sus hojas se marchiten y su olor se pudra. Un corazón que bombea la sangre, que bombea a uno mismo para el cerebro se lanza a la pasión, olvidando sus funciones, infarto en el miocardio.

Es el olvido, sí, pero no de la fama, sino de uno mismo. El olvido de qué se fue y qué será, el olvido de la certeza, de la brisa y la sonrisa, el olvido de un latido, un olor, una voz, una caricia. El uno mismo que desaparece cuando afluyen muchos mismos de otros distintos, que ríen y lloran como uno mismo pero no son el uno mismo, tanta luz y tanta farola pero tan pocas estrellas que solo queda la luna.

Son los sentidos y la inmensidad del mundo, apaleándonos una y otra vez con su complejidad, con todas las sensaciones a la vez, dejándonos el «yo» dormido. Frío.

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